Partiendo, como
creyente, de la premisa de que el matrimonio fue instituido por Dios en el
Edén, y puesto que para el cristiano el matrimonio es un compromiso a la vez
con Dios y con su cónyuge, este paso deberían practicarlo sólo personas de la
misma fe. La religión y la ética aparecen como valores de gran importancia en
la estabilidad de las parejas. Cuando hay consenso en estas materias, los lazos
interpersonales tienden a fortalecerse profundamente. Según los datos
realizados en este asunto, las parejas y familias de éxito suelen contar con
creencias religiosas y convicciones éticas similares. En cambio, la falta de
estas puede ser la causa directa de serios y peligrosos altercados.[1]
La pareja que está
marcada por diferencias éticas o morales tiene serios problemas de convivencia.
Incluso la práctica de una fe religiosa distinta entre los cónyuges es un
elemento aglutinante, una fuente de conflicto si la religión no es común. En la Biblia encontramos algunos textos en
referencia a lo que estamos tratando. En el libro de Amos 3:3 se formula la pregunta:
“¿Andarán dos juntos, si no estuviesen de acuerdo?” También el apóstol Pablo
dirá en su epístola a los corintios: “No os unáis en yugo desigual con los
incrédulos, porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Qué
comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué
parte el creyente con el incrédulo?... (2ª Cor. 6:4-16). A su vez, en las 28
doctrinas adventistas encontramos la siguiente declaración:
“Es claro que la Escritura enseña que
los creyentes deben casarse únicamente con otros creyentes. Pero el principio
se extiende aún más allá de esto. La verdadera unidad demanda la comunidad de
creencias y prácticas. Las deferencias en experiencia religiosa conducen a
diferencias en el estilo de vida, las cuales pueden crear profundas tensiones y
rupturas en el matrimonio. Por esta razón, y con el fin de lograr la unidad que
la Escritura requiere, los cristianos deben casarse únicamente con miembros de
su propia comunión”.[2]
La diferencia en ideales y en conducta
entre los cristianos y los que no lo son, es tan grande, que establecer una
relación matrimonial entre ellos puede ocasionar dificultades, sufrimientos, e
incluso llegar a quebrantar los principios bíblicos del creyente.
Este es un tema de
vital importancia y a tener en cuenta para las futuras paraje. El asunto es tan
delicado que las consecuencias pueden llegar a ser desastrosas. Quienes tienen
una creencia religiosa o viven una religión, necesitan buscar a un compañero o
compañera que comparta sus convicciones y prácticas. Esto será primordial para
el éxito conyugal, ya que las creencias religiosas llevan consigo toda una
filosofía que determina el estilo de vida. No se aconsejan, por lo tanto, las
uniones entre personas de distinta confesión religiosa o entre creyentes e
incrédulos.
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